En la educación: Firmeza y Ternura. Por Jazmín Santiviago

Llevo veintiséis años enseñando Ballet Clásico y quiero compartir con ustedes mi sencillo testimonio como docente.

Comencé a enseñar apenas me recibí de Profesora Superior de Danza Clásica, sin nada de experiencia con las respectivas dudas y temores, a un grupo hermoso de niñas con ganas de aprender pues no tenía conciencia que ellas estaban en mis manos en todo el sentido de la palabra, hasta se podría decir, sin las suficientes herramientas para el desafío que enfrentaría, pero con ganas, emoción, ansiosa de descubrir otra faceta de mi misma sin imaginarme que seguiría haciéndolo hasta hoy.

Jazmín Santiviago y sus alumnas en clase
En ese tiempo, fue mi maestra quien me propuso enseñar trabajando con ella, eso fue suficiente para que de a poco fuese tomando la confianza que necesitaba, para afianzar conocimientos, para aprender más y más, sabiendo que mi única meta era bailar. Tenía la seguridad de haber recibido una buena formación para la profesión (me refiero al de ser bailarina), con buenísimos maestros, que hasta hoy siguen siendo  para mí, testimonios vivos con su ejemplo.

Recuerdo aquellos primeros tiempos, al aceptar la propuesta de mi maestra (dueña de la academia), me pidió que le presente mis clases preparadas en una carpeta. Esa fue mi primera sorpresa y desafío, no sabía cómo redactar ni por dónde empezar, busque quien pudiera ayudarme, quien me acompañe con las músicas para mis clases, no dimensionaba el alcance de lo que significaba aunque tuviese el conocimiento que este camino sería el que me apasione enteramente.

 Otra profesora de la academia, fue quien me ayudo a planificar mis primeras clases, que correspondía al primer curso de Danza Clásica con niñas de siete y ocho años. Fue ahí donde empecé este largo camino, con sus bajos y altos, aprendiendo día a día, es donde empecé a darme cuenta que había formas de mí, que tenía que cambiar, buscar la forma de mejorar, para canalizar mis conocimientos más directamente y llegar mejor a ellos. Entendiendo que cada alumno es diferente, único, con una historia de vida, con su realidad, con su proceso y sus tiempos.

Con el cúmulo de experiencias fue donde empecé a perder los miedos e inseguridades que se instalaron al comienzo y fueron desapareciendo, aunque se quedaron de otra manera,  para recordarme que siempre debo de actualizarme un paso de ellas para brillar en lo que me gusta que es la docencia en danza.

Hoy veo a alumnas realizando sus primeras prácticas docentes y me remontan a mí en mis primeros tiempos, con la diferencia que ellas tienen mejores herramientas y tutores especializados. Sin embargo, me cuesta comprender que algunas muestran tan poco interés, hasta sin saber si quieren, si sienten realmente  el deseo de enseñar.
  
Hoy, siendo alumna de la Licenciatura en Danza en el Instituto Superior de Bellas Artes, me siento emocionada por estudiar de nuevo, seguir aprendiendo, compartir con personas de alegría contagiante. Tengo todavía tanto por aprender aún y tanto para compartir, y esas satisfacciones son las suficientes para seguir mirando hacia adelante, rodeadas de chicos y chicas de varias edades que me miran y me consideran su referente, que lucho entusiasta por ser de la mejor manera.

“Firmeza y ternura”. Encuentro en estas dos palabras lo que soy, lo que quiero seguir transmitiendo como docente, con las que defino mi ser, mi experiencia en todo este tiempo en la sala de clase. Estoy consciente de que no todos mis alumnos llegaran a bailar profesionalmente o a enseñar, pero lo que sí quiero es que este camino de preparación y formación con buenos valores sea un aprendizaje que los acompañe para la vida.


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